La desesperación

No soplan vientos propicios para la salud del Estado. Entre los secesionistas, los terroristas entonando victoria, los juzgados henchidos con los casos de corrupción, y la Jefatura que pasa más tiempo en quirófano que en el despacho; el Estado corre serio peligro de no ser garante de la calidad de vida de los ciudadanos. De hecho, ya no lo es. Se ha convertido en un voraz tragantón de dinero, saqueador de los bolsillos del exiguo y machacado ciudadano medio, experto vapuleador inmisericorde las nóminas de los trabajadores públicos, que no es capaz de avalar un sistema de igualdad de oportunidades, justificándolo todo por construir un sistema socialista de prebendas graciables. Todavía no nos hemos dado cuenta de que la mejor ayuda social que puede recibir un ciudadano es la posibilidad de encontrar un trabajo, no un subsidio. Los partidos políticos están rozando el límite de su existencia como cauce de representación de los ciudadanos. El divorcio, mal avenido, entre los políticos y...